El camino
hacia los logros está lleno de momentos de flaqueza. Lo sé porque miles de
veces he emprendido ese camino y muchas veces he sucumbido en los instantes más
duros. Pero de tanto recorrer esa senda una y otra vez he aprendido que los
obstáculos en la vida sirven, entre otras cosas, para saber con cuántas ganas
deseamos obtener algo. Ese descubrimiento me ha hecho entender que excusas para
justificar los fracasos pueden haber miles, pero la responsabilidad final de
lograr lo que quiero lograr es básicamente mía.
Cada uno
sabrá en su balance personal lo que ha alcanzado y lo que aún tiene en deuda. Siento
que en mi caso, el tiempo y la conciencia son mis principales acreedores y
están ahí esperando que me decida a disminuir mis índices de morosidad. Uno
tiende a creer que está más a salvo si evita emprender el viaje, o que está más
seguro si le hace el quite al desafío. Puede ser, pero así la vida va perdiendo
su sentido. Porque finalmente ¿qué lógica tiene quedarse en el muelle para ver
cómo zarpan todos los buques?
Cuando
chica, alguien alguna vez me regaló un poster que pegué en la pared contigua a
mi cama. Todas las noches, durante muchos, muchos años, antes de dormirme, leía
siempre el mismo mensaje: “Nunca podrá el hombre descubrir nuevos horizontes si
no tiene el coraje de alejarse de la costa”. Como ahora sé que nada en la vida
es casualidad, entiendo que ese poster estaba junto a mi cama por algo: para
hacerme ver que en la vida siempre hay que embarcarse.
Embarcarse,
en un sueño, en una idea, en una empresa, en un proyecto o en lo que sea que te
inspire. El mundo no va a cambiar sólo porque sepas que hay que cambiarlo o
sólo porque digas lo que los demás tienen que hacer para mejorarlo. Para
cambiar el mundo uno tiene que atreverse a soltar amarras, a levar anclas y a
izar las velas, porque el cambio siempre se inicia como un viaje íntimo y personal
que uno tiene que estar dispuesto a comenzar.
Para cambiar
el mundo no sirve quedarse mirando, no sirve opinar, no sirve quejarse, no
sirve criticar, no sirve sólo decir lo que hay que hacer, no sirve quedarse en
la zona de confort, no sirve hacerse el leso y tampoco sirve esperar ver quién
se sube al barco, para entonces decidir si me subo yo también.
Para
cambiar el mundo simplemente se necesitan individuos que estén dispuestos a
arremangarse la camisa y ponerse a trabajar; para cambiar el mundo se requieren
personas que crean en sus sueños y que estén dispuestas a hacer lo que hay que
hacer para poder convertirlos en realidad; para cambiar el mundo se precisan
ganas y mucho coraje para sobreponerse a todos esos momentos en los que uno se
va a sentir tentado a saltar por la borda. Dejémonos de cosas, para cambiar el
mundo se necesita sólo comprar el boleto y embarcarse de una buena vez en esa
nave que te puede llevar más allá del horizonte.