viernes, 6 de febrero de 2015

Lo que no se ve


La vida no sólo es literal. También es simbólica. Se vale de señales y metáforas para mostrarnos y decirnos cosas. Lo que vemos no es sólo lo que vemos. Detrás de lo que observamos y de lo que nos sucede hay recados escondidos. A veces somos capaces de reconocerlos, otras veces no, y en algunas otras ocasiones, aunque los pispamos de reojo, nos hacemos los lesos. Así no más.  
Con el tiempo, tendemos a olvidar que la vida está hecha de lo que se ve y de lo que no se ve. El célebre Antoine de Saint-Exupéry lo señaló claramente cuando escribió en El Principito que “sólo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible para los ojos”. Sin embargo, habitualmente, uno ve sólo lo que quiere ver y escucha sólo lo que quiere escuchar. Así, los mensajes ocultos que deberíamos detectar, se pierden en la inmensidad del Universo y nosotros, en vez de cobrar el premio y aprender la lección, nos aferramos a lo concreto y a lo “real” para justificarnos.

Lo que no se ve siempre se refleja en lo que se ve. Como lo que pasa con el viento, que en realidad no podemos verlo pero lo sentimos, en  la cara, en el cuerpo, en las olas del mar o en el ruido que hacen las ramas de los árboles cuando son agitadas por él. En estricto rigor, no vemos al viento,  pero sabemos que está ahí. Lo que en realidad estamos viendo son las señales que confirman su existencia.
Asimismo, lo que no se ve en una persona siempre se refleja en lo que sí se ve de ella. Por ejemplo, las ojeras a menudo reflejan cansancio; las lágrimas, tristeza; los celos reflejan inseguridad o, como le sucede a una querida amiga mía, cuya permanente necesidad por atiborrarse de tareas y compromisos, no hacen más que reflejar su desesperado deseo por evadirse de su rutina. Lo visible refleja lo invisible.

Y quizá aquí viene lo más difícil de digerir: lo que yo no quiero ver de mí mismo es lo que muchas veces veo reflejado en los demás. Se trata de la Ley del Espejo, que dice que todas las personas con las que interactuamos nos reflejan una parte de nosotros mismos. Entonces, ojo con lo que vemos, porque siempre, en algún sentido, refleja lo que no vemos o lo que no queremos ver (no en vano se dice que no hay peor ciego que el que no quiere ver y peor sordo que le que no quiere oír).  Como señaló el escritor Wayne Dyer, “al juzgar a otro no lo defines a él, sino que te defines a ti mismo”.
Así es que para poder percibir lo que no se ve, hay que hacerle caso a de Saint-Exupéry y aprender a mirar de otra forma lo que se ve: no con los ojos, sino con el corazón.  Sólo entonces, tu vida se desplegará en todo su esplendor y se abrirán compuertas de entendimiento que antes nunca hubieras imaginado. Comencé diciendo que la vida no sólo es literal, sino también simbólica. Para terminar, agrego que si uno aprende a ver lo que no se ve, la vida deja de ser lógica… para convertirse en mágica.