miércoles, 16 de diciembre de 2015

Aburridos

Ahora que estamos entrando al último mes del año y que casi todas las madres de Chile que criamos niños en edad escolar lo único que queremos es que se acabe el año lectivo, quisiera detenerme un instante para recordarles, y recordarme a mí misma que, al igual que el año pasado, al día siguiente que el año académico termine, empezaremos desesperadamente a contar los días que faltan para que nuestros retoños vuelvan a entrar a clases.

La realidad es esa, y es así porque a muy poco andar no nos va a gustar verlos todo el día sentados frente al televisor, o hipnotizados jugando con algún dispositivo electrónico, o peleando como fieras entre hermanos. O lo que es mucho, pero mucho peor, vamos a caer en el agobio más brutal cada vez que escuchemos la máxima favorita de los meses de verano: “…estoy aburrido”.

Les prometo que la frase logra enervarme. Mis hijos ya lo han detectado y por eso -astutos ellos- el otro día me preguntaron: “¿A qué jugabas tú cuando chica para no aburrirte, Mamita?”  Claro, saben que me encanta hablarles de mis tiempos mozos y de lo fantástico que lo pasaba con mucho menos de lo que ellos tienen ahora. Y la perorata sonó más o menos así: “Bueno, hacíamos tarjetitas de Navidad para los regalos, las que salíamos a vender a todas las casas del barrio. Con la plata que ganábamos le comprábamos helados al heladero que pasaba cada tarde por nuestro vecindario; también hacíamos carpas con mantas y cojines en el living de la casa; inventábamos obras de teatro y luego invitábamos a los familiares a verlas; con una caja de zapatos y una linterna hacíamos películas caseras de dibujos animados, jugábamos a la profesora, al doctor, a la familia, al detective privado, a la peluquería, a los piratas y a que estábamos perdidos en una selva tropical donde habitaban insectos gigantes; y por si eso fuera poco, coleccionábamos estampillas, servilletas de papel, tapitas de botellas y calcomanías que pegábamos en la ventana de la pieza”.

“¿Y no te aburrías nunca, mamá?”, me preguntó  asombradísima mi hija menor. “¡Por supuesto que me aburría! ¡Y me aburría soberanamente!... Pero ¿saben? ése era un asunto que tenía que resolver sola. Jamás se me hubiese ocurrido ir a decirle a mi mamá que estaba aburrida, porque de seguro terminaba barriendo el patio o limpiando los vidrios”.

“Con el tiempo, niños –proseguí entusiasmada- empecé a entender que era gracias al aburrimiento que se nos ocurrían las más grandiosas ideas. Nuestra infancia no venía con un manual de actividades y era mucho mejor así, porque si hubiésemos estado permanentemente ocupados, jamás hubiéramos pensado en todas esas cosas entretenidas para hacer”.


Mientras hablaba, notaba cómo mis hijos me escuchaban ávidamente. De pronto, me fijé que salieron del estupor y entre ellos cruzaron una mirada cómplice. “Parece que les llegó el mensaje”, pensé con una sensación de satisfacción… que sólo duró hasta que escuché a mi hijo mayor decirle a sus hermanas, “¿Power Rangers Dino Charge o  Liv y Maddie?”. “¡Liv y Maddie!”, respondieron las otras dos a coro. Y los tres corrieron a sentarse frente al televisor. 

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