
Mientras
caminaba de vuelta a mi casa, no podía dejar de pensar en mi amiga y en todo lo
que me había contado. Y tampoco podía dejar de pensar en esa joven chistosa y
despreocupada que conocí en mis tiempos mozos. “¿En qué momento se puede
desordenar tanto el naipe?”, me cuestioné sabiendo que yo no tenía la respuesta
a esa pregunta. Sin embargo, la reflexión me sirvió para aprovechar de revisar
mi propio naipe y entender que no todo depende de la mano que a uno le toque, sino de cómo se jueguen las cartas.
Cuando es
nuestro turno de jugar, no siempre robamos la carta que quisiéramos, sin
embargo, con la que nos toca, debiéramos tratar de armar la mejor jugada. Y
armar la mejor jugada significa a veces saber esperar hasta que aparezca la
carta que necesitamos y otras veces significa olvidarse de esperar y simplemente
atreverse a cambiar de estrategia. Al final siempre se trata de elegir entre
una opción u otra.
¿Cómo saber
cuándo hacer qué? Honestamente, no tengo idea. Dicen que los buenos jugadores
son muy observadores y para hacer sus elecciones se basan en su intuición, pudiendo
diferenciar claramente entre ésta y la impulsividad, porque muchas veces ambas
tienden a confundirse. La intuición tiene que ver con el conocimiento interior,
el impulso es simplemente actuar sin pensar. Pero a veces ocurre que aún
sabiendo todo lo anterior y aplicándolo, se pierde igual la partida. Y ahí
entonces también se abre una nueva posibilidad para elegir: ¿lo tomo como una
derrota o lo convierto en un aprendizaje?
A los pocos
días recibí un mensaje de texto de mi amiga: “Gracias por el café del otro día.
Me ayudó a recordar lo bien que hace conversar y reírse. Deberíamos hacerlo más
seguido”. Le respondí con el emoticón del pulgar en alto y agregué “Me
encantaría”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario