(Columna publicada en El Mercurio de Antofagasta el sábado 28 de diciembre de 2013)

Hay momentos en que las comparaciones resultan especialmente odiosas y casi siempre distorsionadas. Ya conocemos la analogía del pasto del vecino: siempre parece más verde. Porque a lo lejos la hierba suele verse tupida y mullida. Pero todos sabemos lo que pasa al ir acercándose… nunca es ni tan tupida, ni tan mullida. De tanto mirar para el lado y compararnos con los demás nos habituamos a poner el acento en lo que nos falta. En cambio, si nos medimos con respecto a nosotros mismos, estamos más forzados a poner el foco en lo que hay, en lo que tenemos, en lo que hemos logrado.
Y porque creo firmemente que nuestra fortaleza está en el interior -no allá afuera- es que pienso que los balances que más cuentan son los balances privados. El psicólogo norteamericano Wayne Dyer, autor de numerosos libros, entre ellos el aclamado best seller “Tus zonas erróneas”, señala que “la propia estima no puede ser verificada por los demás. Tú vales porque tú dices que es así. Si dependes de los demás para valorarte, esta valorización estará hecha por los demás”.
Que este variopinto despliegue de listas “top de tops” que hacen
nata en estas fechas nos inviten a revisar nuestros rankings personales, como
el de la mamá con los mejores hijos o el del marido con la esposa más cariñosa,
o el del empleado con el trabajo más desafiante. Que si el pasto del vecino
está más o menos verde, en realidad da lo mismo... Lo que verdaderamente importa
es qué tan frondoso está mi propio jardín.
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