jueves, 18 de diciembre de 2014

Dueña de casa


No es sino hasta que uno lo vive en carne propia que no sabe realmente lo que significa ser dueña de casa. Por eso, en general, a los hombres les cuesta entender en toda su dimensión el valor de ser “dueña de casa”, aunque muchos de ellos creen que sí lo saben. Y no lo digo ni como un reproche ni como una proclama feminista. Lo digo simplemente en el mismo sentido en que ni yo misma sabía lo que era ser dueña de casa en toda su plenitud, hasta que me convertí en una.
Ser dueña de casa es complejo. Es una de las actividades más demandantes que existen. Dándole vueltas al asunto y mirando a mi alrededor a todas esas sorprendentes dueñas de casa con las que uno se ha encontrado en la vida, he llegado a la conclusión que lo más notable, desafiante y difícil, es esa capacidad de posponerse ellas mismas por el bien superior que es el bienestar de su familia. 24/7, los 365 días del año… 366 en el caso de ser año bisiesto. Sin feriados irrenunciables.
Es una pega sin descanso y sin final. En una familia todo empieza y termina en la dueña de casa, en la mamá, en la esposa, en la que cocina, la que plancha, la que prepara la colación de los hijos antes de ir al colegio; en la que barre la vereda de la calle y saca la basura los días martes, jueves y sábado; en la que se esmera porque la casa esté linda y limpia; en la que mientras lava, canta; la que mientras hace la cama piensa en cómo ayudar a su hijo; en la que mientras le echa cloro al wáter se acuerda que tiene hora al dentista y que hay que sacarle una copia a la llave del portón; en la que muchas veces se muerde la lengua para que la discusión termine ahí no más; en la que le da la comida al perro –aunque yo no tengo perro- pero hay muchas que sí. Porque esta columna no es sobre mi sino sobre ellas, a las que yo tampoco veía, sino hasta que me uní a sus huestes, un poco a regañadientes al principio, pero luego caí en cuenta que alguien tenía que hacer la pega… y que el dedo me apuntaba a mí.
Además, es la pega menos glamorosa que hay. No hay entregas de premios, ni galas anuales. No existe el Nobel a la dueña de casa y -que yo sepa- ninguna revista de papel couché (de esas que se especializan rankings de cualquier cosa: “Los 10 empresarios top”; “Las ejecutivas más influyentes del país; “Las mejores empresas para trabajar”, etc…) ha titulado jamás: “Las 100 mejores dueñas de casa de Chile”. No señores, porque la labor de dueña de casa casi no se valora socialmente.
Y entonces es ahí donde este trabajo adquiere su dimensión más notable. Porque se convierte en una cruzada silenciosa, privada y muchas veces invisible. Como invisible es el aire que respiramos, pero que cuando falta uno se empieza a ahogar.  La dueña de casa es eso… una matriz impalpable que hace que el mundo gire, que los hombres sonrían, que los hijos crezcan y que cada uno de nosotros tenga un remanso donde al final del día… todo está bien.

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