
Somos
muchos los que sin darnos cuenta vivimos bajo el condicionamiento de ese
raciocinio (y me incluyo porque hasta hace poco yo también operaba de acuerdo a
esa creencia) pensando que el mundo es un lugar hostil y que la vida es
básicamente una batalla permanente… “hay que ganarle a la vida”, llegan incluso
a decir algunos. Pero en realidad, la vida no “es” de ninguna forma
predeterminada más que de la manera cómo nosotros queramos verla. Desafíos,
situaciones difíciles, problemas, dolores, todos tenemos. Pero también tenemos
alegrías, momentos agradables y situaciones felices.
Lo que
sucede es que cuando la vida no marcha como uno quisiera, resulta mucho más
liberador jugar a la víctima y expiar la propia responsabilidad asumiendo que
las cosas ocurren sin que yo tenga mayor
injerencia en ellas. En esta parte del discurso es cuando se levantan todas
aquellas voces que dicen cosas como “sí, pero qué culpa tengo yo que haya
habido un terremoto”, o “lindas palabras, pero qué tengo que ver yo si el precio
del cobre se va al suelo”, o “de acuerdo, pero cuál es mi responsabilidad si
fue el otro auto el que me chocó por detrás”.
Y entonces, corresponde aclarar lo siguiente: nuestra vida y nuestro
destino no están determinados por lo que nos ocurre, sino por cómo cada uno
reacciona frente a lo que le ocurre.
En otras
palabras, como explica Eckhart Tolle, “existe una correlación entre tu estado
de conciencia y tu destino”. Por eso, desde lo más profundo de mi corazón creo
que la visión de que “cada día puede ser peor” no nos potencia ni como pueblo,
ni como nación, ni como chilenos, ni como personas. Al contrario, nos limita,
porque nos releva de responsabilidad y nos posiciona como víctimas y las
víctimas siempre están a merced de lo que les pasa. La invitación es a hacernos
cargo, no de lo que nos ocurre, sino de cómo reaccionamos frente a lo que nos
ocurre, eso es lo que va a marcar nuestro camino hacia adelante… Por eso, prefiero decir a voz en cuello y sin
temor a equivocarme que “cada día puede ser mejor”.